En los años ´80 y los ´90, cuando vivía en Maquinchao, busqué referencias que me ayudaran a entender la historia del lugar. Las publicaciones a las que tenía acceso en la biblioteca local traían información escasísima, que poco ampliaban las anotaciones que había dejado el director de la escuela, Merlo Rojas, en los años treinta. Años más tarde inicié un recorrido por otras bibliotecas, universidades y archivos y encontré, no sin sorpresa, que existía una cantidad de documentos, relatos de exploradores y artículos periodísticos que hablaban del lugar.

Para ser una localidad aislada en una de las zonas más inhóspitas de la Patagonia, Maquinchao tiene una rica representación en la literatura. Aquí presentamos una selección de los textos hallados : relatos de viajeros, documentos y producciones locales, escritos en tres siglos. Algunos se publican por primera vez en castellano. La intención fue hacerlos accesibles, que sirvan para valorizar la rica historia local, comprender cuántas esperanzas y sufrimientos encierra, y ubicarse en su devenir, que no ha concluido.

2004 Encontrando las raíces



Evangelina Pérez, Más allá de las piedras

Evangelina Pérez nació en 1976 en San Antonio Oeste , creció en Maquinchao y hoy vive en Lago Puelo. Estudió en el IFPD de El Bolsón y se dedica exclusivamente a la docencia. Cursa el profesorado de Ciencias del Lenguaje. Su primera obra como escritora es Más allá de las piedras, publicada en 2005, que cuenta la búsqueda de sus raíces por una joven mestiza en el marco de la estepa patagónica, y comienza así:

Igual que un náufrago luchando a los manotazos en el mar del olvido ella se encontraba frente al andén aferrada como a un madero a su boleto, pasaje directo que la llevaría a su nuevo destino. A pesar de su corta edad, su mirada reflejaba largos años de ausencias y de preguntas sin respuestas. Debajo de sus vestiduras modernas enmarcadas en la última moda se encontraba una piel trigueña que a gritos pedía el develamiento de sus raíces.

La bocina del tren le anunció el comienzo de su viaje a Maquinchao que no sólo le implicaría un recorrido en el espacio, sino que le permitiría trasladarse en el tiempo donde se encontraría con los hechos más recónditos de su historia; aquéllos que jamás conoció y que todos habían preferido eludir.

Ella se acomodó en el único asiento solitario, prefería no hablar con nadie, ni siquiera con sus propios pensamientos. Solo quería dormir hasta que le anunciaran su llegada. Pero el viento fresco y el aroma del sur que se infiltraba por las hendijas de las ventanillas y que se imponía ante el olor a la muchedumbre la fueron envolviendo de nostalgia. Entre el murmullo de la gente logró distinguir la voz de unos estudiantes que leían poesías, entre ellas “Alturas de Machu Picchu” que pareció retumbarle en su cerebro, como si cada letra penetrara en sus sentidos y, por unos instantes, sintió que su alma estaba en diálogo con el alma del poeta llevándola a lo más profundo de su ser, alimentando aún más la necesidad de conocer sus orígenes.

La existencia de una abuela a la que jamás había conocido y que hoy recién comenzaba a saber sobre ella, la hizo iniciar su búsqueda. No podía recordar ni a sus padres, ellos habían muerto cuando ella era aún una niña y lo único que le habían podido dejar de herencia era su nombre, Ayelén Mapu, y un hermoso collar de flecha que recién había llegado a sus manos. Las dos únicas marcas que le permitían establecer alguna relación con alguna comunidad mapuche, pero esas marcas resultaban insignificantes ante el inexplicable mar en sus ojos que hacían contraste con la oscuridad profunda de su pelo y su piel. A tal punto de que esas señales fueran ignoradas, quedando escondido en lo más profundo del alma aquel origen que jamás había podido conocer.

Sus padres ante el aviso del ave que había anunciado la muerte la habían dejado en las manos de doña Matilde, una viuda solitaria y respetada del pueblo que supo quererla como a una hija y que llevándola a la capital de la provincia veló por brindarle estudios, abrigo y protección. Desde ese viaje Ayelén había cerrado las puertas a su pasado ayudada por Matilde quien la llevó a construir su nueva vida y crecer en la ciudad sin lugar a preguntas ni acercamientos a su pasado. Pero ya hacía tiempo que ese pasado hervía dentro suyo y quería salir con la furia misma de la lava que quiere escapar de un volcán. A tal punto que la obligó a subir a ese tren y la llevó a ese pueblo que la vio nacer, para conocer a esa abuela que jamás había podido querer para poder echar por fin sus raíces, o mejor dicho sacar a la luz aquellas raíces que bajo tierra estuvieron escondidas por tanto tiempo alimentando silencios y dudas.

Las luces a lo lejos entremezcladas con el aroma a neneo y el zumbido del agitado viento de meseta hizo que Ayelén se ubicara en el tiempo y en el espacio real y que su corazón galopara alocado dentro de su pecho sintiendo más que nunca que ese lugar prácticamente desconocido le pertenecía, le era suyo.

El interminable sonido de la bocina le anunció la llegada. Como en toda estación de pueblo, a pesar de la hora y de las bajas temperaturas toda la gente se acercó a ver el espectáculo del arribo del tren. Pero a Ayelén nadie fue a buscarla. Se sintió sola y desamparada en ese terreno propio pero ajeno, con esa gente que no le significaba nada pero que quizá tenía mucho que ver con ella. Sola después de una vida en una familia que le había pertenecido pero que hoy le resultaba ajena. Sola entre el pasado y el presente en esas calles heladas de Maquinchao que quizá en algún momento las había recorrido de la mano de alguien que seguramente la había querido, alguien de su sangre, sin tabúes, sin ocultamientos. En ese caminar, uno a uno fueron hilvanándose sus pocos recuerdos, visualizándolos como en una tele sin antena, borrosos, sin colores, sin sonidos, intentando ser imágenes pero quedando sólo como figuras deformes, lejanas, sin nitidez. Así estaba lo único que tenía Ayelén, entre la oscuridad y la nada.

La efervescencia de sus sentimientos que sólo mostraban gran confusión en su existencia le permitía tener algo en claro: ya no se iría de ese lugar sin conocer su pasado. Es que ya no podría construir su futuro sin reforzar las bases, sin saber quién era, de dónde venía. Ahora más que nunca sabía que su único propósito de aquí en adelante sería reconstruir cada eslabón que formaba parte de su historia.

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