En los años ´80 y los ´90, cuando vivía en Maquinchao, busqué referencias que me ayudaran a entender la historia del lugar. Las publicaciones a las que tenía acceso en la biblioteca local traían información escasísima, que poco ampliaban las anotaciones que había dejado el director de la escuela, Merlo Rojas, en los años treinta. Años más tarde inicié un recorrido por otras bibliotecas, universidades y archivos y encontré, no sin sorpresa, que existía una cantidad de documentos, relatos de exploradores y artículos periodísticos que hablaban del lugar.

Para ser una localidad aislada en una de las zonas más inhóspitas de la Patagonia, Maquinchao tiene una rica representación en la literatura. Aquí presentamos una selección de los textos hallados : relatos de viajeros, documentos y producciones locales, escritos en tres siglos. Algunos se publican por primera vez en castellano. La intención fue hacerlos accesibles, que sirvan para valorizar la rica historia local, comprender cuántas esperanzas y sufrimientos encierra, y ubicarse en su devenir, que no ha concluido.

1919: El Turco Ismael


Julián Ripa, Memorias de un abogado patagónico

Julián I. Ripa: nació en Santa Rosa (La Pampa). A los 19 años, recién recibido de maestro, fue destinado a la Colonia Cushamen (Chubut) donde ejerció entre 1936 y 1943. Luego estudio abogacía y ejerció en Chubut. Escribió Recuerdos de un maestro patagónico y Recuerdos de un abogado patagónico.


Temo estar iniciando al revés esta narración. Pero, en el momento de comenzar el relato, se me ha ocurrido que, para su mejor comprensión, conviene hacer conocer, previamente, la personalidad del “Turco” Ismael, que jugó en el hecho un papel totalmente opuesto al que él había preferido siempre.

Cuando conocí al “Turco” Ismael, mediaba la década del cuarenta, era un vecino de antiguo arraigo en Esquel.

Había nacido en Siria en los últimos años del siglo pasado; radicado en la Argentina, había vivido, y dejado memoria de su carácter, en buena parte de Río Negro y en la mitad oeste de Chubut.

Analfabeto, poseía sin embargo esa astucia natural que vale más que muchas letras. Había sido comerciante, en viejos tiempos, en la zona de Gastre.

Cuando yo lo conocí, vivía de la renta que le proporcionaba el alquiler de algunas piezas que tenía en un par de modestos inmuebles de su propiedad.

El conocimiento personal del “Turco”, que no pasó de un saludo cada vez que nos encontrábamos en la calle, me llegó junto con el de su fama. Mejor dicho, de su mala fama.

En las charlas de café, las hazañas del personaje, reales o atribuidas, constituían, en cualquier momento, un ameno tema de conversación, teñido de violencia, sangre y picardía.

Cuando la intervención que me cupo en el hecho que voy a relatar, me dio oportunidad de conocer su prontuario policial, supe que no había nada de exagerado en cuanto de él se decía.

Desde el año 1919, en que empezó a figurar en los archivos policiales con un proceso por daño intencional cometido en Maquinchao, no faltaron los homicidios, abusos de armas, extorsiones, agresión a mano armada, desacatos, atentados y resistencias a la autoridad, lesiones, en Valcheta, Gastre, Tecka, Río Colorado, Sierra Colorada y Esquel, que nutrieron su rico historial delictivo.

En una ocasión –lo leí en el expediente respectivo- siguió a caballo, por más de ciento cincuenta kilómetros, a un vecino a quien había jurado dar muerte; llegó al rancho, golpeó las manos, y cuando el vecino asomó por la puerta le hizo tres disparos, que no dieron en el blanco. Cuando la policía –a la que se le resistió- logró detenerlo para evitar que cumpliera su amenaza, lo encontró armado con dos revólveres, cargados, ambos, con balas que había recortado y a las que había grabado una cruz en la punta. Era encarnizado y feroz.

No había vecino de cualquiera de los lugares en que había vivido, que no le temiera por su carácter irascible, su propensión a insultar y sacar armas, su agresividad y su fuerza hercúlea.

Por una de esas cosas que a veces suceden, llegó a ser policía. Poco le duró el empleo. Uno de los expedientes que tuve a la vista, se instruyó con motivo de su agresión armada a un sargento que le dio una orden que no quiso cumplir.

Comerciante, hacía los negocios como a él le placían; si iba a cobrar una cuenta a un rancho y no obtenía el pago, se llevaba sin consultar al dueño, cualquier cosa de valor que encontrara en su interior. La gente toleraba y callaba por miedo.

Viejos vecinos que declararon en el proceso que voy a relatar, contaron al Juez de la causa docenas de tales episodios.

Sumariado una vez en Gastre por un homicidio, declaró en una forma tan hábil que la justicia lo sobreseyó.

A propósito de esta muerte, se contaba una graciosa anécdota que si no era cierta, pintaba muy bien la índole del personaje.

Alegaba el “Turco” que había disparado contra la victima, para repeler su agresión, colocándose así en situación de legítima defensa.

- ¿Cómo se explica –le preguntó el comisario- que la bala haya penetrado por la parte posterior del cráneo?

- Bala cabrechosa, señor comisario –contaban que respondió el “Turco”.

En la época en que, apoyados en la Ley de Alquileres, los inquilinos eran los dueños de la situación, y resultaba muy difícil, sino imposible, desalojarlos, el “Turco” nunca tuvo dificultad con ninguno de los suyos. Siempre logró la desocupación de las piezas que alquilaba cuando así le convenía. Uno de ellos, que ciertamente no tenía aspecto pusilánime, declaro ante el Juez, en el proceso, que habiéndose atrasado un mes en el pago del alquiler, se topó una noche con el “Turco” que lo esperaba en la puerta de la pieza. Sin levantar la voz, arrimándosele hasta hacerle sentir el caño del revólver que esgrimía dentro del bolsillo de su sobretodo, el “Turco” le dijo:

- Mañana me paga el mes atrasado y me deja libre la pieza.

Tal fue el terror del inquilino, que no regresó a su pieza.

- Le deje la pilchas de garantía –le dijo al Juez.

Una mañana apareció muerto en una de las piezas que alquilaba, un hombre joven, soltero, guardiacárcel. Al parecer, se había suicidado.

Las circunstancias eran sin embargo sospechosas, y las sospechas no podían sino recaer en el “Turco”, que fue el detenido en averiguación. Pero nada pudo probársele y muy pronto recuperó su libertad. El vecindario siguió creyendo, no obstante, que el muchacho, por no oír la intimación del “Turco” de que le dejara la pieza, se había hecho acreedor de su bárbara justicia.

La muerte que él buscó tantas veces –y entro ahora en el relato- lo encontró al “Turco” una tarde de nieve temprana –era el mes de mayo de 1951- en una carnicería cuyo frente daba a la plaza de Esquel…

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