En los años ´80 y los ´90, cuando vivía en Maquinchao, busqué referencias que me ayudaran a entender la historia del lugar. Las publicaciones a las que tenía acceso en la biblioteca local traían información escasísima, que poco ampliaban las anotaciones que había dejado el director de la escuela, Merlo Rojas, en los años treinta. Años más tarde inicié un recorrido por otras bibliotecas, universidades y archivos y encontré, no sin sorpresa, que existía una cantidad de documentos, relatos de exploradores y artículos periodísticos que hablaban del lugar.

Para ser una localidad aislada en una de las zonas más inhóspitas de la Patagonia, Maquinchao tiene una rica representación en la literatura. Aquí presentamos una selección de los textos hallados : relatos de viajeros, documentos y producciones locales, escritos en tres siglos. Algunos se publican por primera vez en castellano. La intención fue hacerlos accesibles, que sirvan para valorizar la rica historia local, comprender cuántas esperanzas y sufrimientos encierra, y ubicarse en su devenir, que no ha concluido.

1931: Los bandoleros en escena.


R. Casamiquela, Relatos policiales patagónicos del Sargento Tello

El sargento Domingo Tello fue un integrante de la policía brava, y llegó a Maquinchao en 1930. Rodolfo Casamiquela recogió años más tarde su testimonio, parte del cual presentamos en la versión que dio Hipólito Solari Irigoyen en Patagonia, las Estancias del Desierto.


Corría el año 1931 y el testigo citado que estaba entonces asignado a la comisaría de El Caín, en el centro Sur de Río Negro, se dirigió a Maquinchao para asistir a una fiesta de Navidad que habían preparado los policías. Estaban en medio del baile cuando llegó la noticia de que la banda de Patiño había asaltado la estancia de Álvarez. El damnificado relató que los bandoleros que se habían presentado como compradores de carneros, lo ataron en el palenque y a su señora en el corral, mientras que las tres hijas pudieron salvarse refugiándose en la cocina.

Después de robar lo de Álvarez la banda fue al campo de un vecino llamado Huilca a quien ataron, al igual que a su mujer. Huilca tenía una hermana, “muy linda muchacha”, según Tello, a la que ultrajaron. Mientras que abusaban de la pobre chica abandonaron la vigilancia y así Álvarez, que fue liberado por sus hijas, pudo escapar en su automóvil para ir a hacer la denuncia a Maquinchao. Enseguida se alistó una partida que a las órdenes del sargento Juan Fernández integraron los agentes Domingo Tello y su medio hermano Gregorio Acevedo y José Sosa, a la que luego se agregaron otros. Los policías iniciaron una persecución que duraría 17 días, pero de entrada nomás en el paraje de Pilquiniyeo se enfrentaron en un tiroteo cerrado con máuser carabina con los delincuentes hasta que se les agotaron las balas, lo que les permitió a éstos huir.

La policía inició la búsqueda en el campo de la sucesión Beltrán adonde se esperaba que fueran los bandidos porque Troncoso quería llevarse a Gertrudis Beltrán, una mujer atractiva, alta y bastante buena moza según el testigo, para tenerla a su lado como hembra pero en lugar de ir a ese campo pasaron al Chubut y se dirigieron a Gastre pues ahí contaban con la complicidad de los hermanos Caparrós, que estaban a cargo de la policía y quienes los proveían de balas.

Luego siguieron hasta la comisaría de El Caín para apoderarse de la carabina que Tello tenía en ese destacamento, lo que no lograron porque su mujer la tiró en unos pastizales y les negó que la tuviera, alegando que su marido se la había llevado. Junto a la pobre mujer estaba su pequeña hija Mercedes. Troncoso comentó:

-¡Qué parecida a Tello, vamos a degollarla!-. Patiño se interpuso y le dijo a su secuaz:

-¡Ni se le ocurra tocar a esta pobrecita!-. El sargento nunca olvidaría ese gesto humano del bandolero. Después pasaron por lo de Ziede pero no se animaron a asaltarlo porque estaban esquilando y, por tal motivo, había muchas personas, pero cerca de ahí mataron sin piedad, pese a los ruegos de las víctimas para que no lo hicieran, a un tal Mostafá y a un sobrino que se habían escondido en una laguna. Los bandidos alegaban que estos les habían disparado y según sus palabras: -“Matamos a los turcos como a dos patos”.

Algunos pobladores ricos de Maquinchao ofrecían una recompensa de cinco mil pesos por cada cabeza de delincuente, y éstos, en venganza, por donde pasaban dejaban papeles escritos anunciando que ellos pagarían igual suma por cada cabeza de sargento. Poco después los bandidos debieron ocultarse para dejar pasar de largo al sargento Fernández y su gente, porque les temían. Otra comisión policial encontró a los malvivientes cerca de Blan Pilquin, en Chubut, y los enfrento a balazos, muriendo en la ocasión el jefe de la misma, el sargento Ocón. Un cabo que lo secundaba le dijo a los otros policías: “Disparemos muchachos que la vida es muy amable” y así lo hicieron, permitiendo que Patiño y su gente se alejaran.

La partida de Fernández, integrada por Tello, siguió a los fugitivos que se alejaban por el territorio del Chubut con la intención de llegar a El Mirasol, un conocido refugio de malvivientes en esa época. Llegó al rancho de unos paisanos, un matrimonio y su hija, a los que los delincuentes habían dejado atados, haciéndose pasar por policías, porque uno de ellos llevaba el uniforme del asesinado sargento Ocón. La niña había sido sometida a abusos sexuales. Siguieron los rastros y poco después encontraron a un hombre de a caballo quienes les informó que los tres maleantes estaban en un rancho, siempre mal frecuentado, en la Aguada del Guanaco, adonde los guió en medio de un monte de matas altas y espinosas en el que predominaba el michay. La policía, oculta entre los arbustos, rodeó la casa a una distancia de unos mil metros. Los caballos de los delincuentes estaban atados al palenque y uno de ellos vigilaba. Uno de los agentes, un tal Jaramillo de la policía de Gastre, en una actitud desleal, disparó por su cuenta unos tiros al aire, con lo que alertó a los bandoleros.

Se inició una intensa balacera que duraría todo el día, en la que los primeros en caer por las balas policiales fueron dos de los caballos de los delincuentes, mientras que el tercero logró romper la soga y se alejó al galope tendido. El bandolero Troncoso que vigilaba intentó disparar y cayó muerto alcanzado por un tiro certero. El sargento Fernández fue herido por una bala que se alojó en su clavícula. Inquilino perdió la vida en el gallinero, traspasado por cinco balas. Ovando Patiño, cuando llegó la noche logró huir y llegar a El Mirasol donde se juntó con otros bandoleros: el zurdo Contreras, su mujer, el famoso Trueno y otro, con quienes se dirigieron a El Caín con la intención de matar a Tello y vengar las muertes de Troncoso e Inquilino, pero felizmente no lo encontraron.

Después que los delincuentes asaltaron el campo de Isidro Bonadiego fueron alcanzados por otra partida policial que venía de la cordillera al mando de un comisario y que mató a Contreras y a otro cómplice y prendió a Patiño. La mujer de Contreras se suicidó. Trueno fue muerto un tiempo después al intentar robar una casa. El famoso Ovando Patiño fue condenado por la justicia y estuvo varios años preso en la cárcel de Esquel hasta que fue indultado por el presidente Juan Domingo Perón (1895-1974). Los policías deshonestos de Gastre, los hermanos Caparrós y Jaramillo, fueron detenidos primero y finalmente destituidos. A Tello lo ascendieron a sargento por su notable actuación en la historia relatada.

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