En los años ´80 y los ´90, cuando vivía en Maquinchao, busqué referencias que me ayudaran a entender la historia del lugar. Las publicaciones a las que tenía acceso en la biblioteca local traían información escasísima, que poco ampliaban las anotaciones que había dejado el director de la escuela, Merlo Rojas, en los años treinta. Años más tarde inicié un recorrido por otras bibliotecas, universidades y archivos y encontré, no sin sorpresa, que existía una cantidad de documentos, relatos de exploradores y artículos periodísticos que hablaban del lugar.

Para ser una localidad aislada en una de las zonas más inhóspitas de la Patagonia, Maquinchao tiene una rica representación en la literatura. Aquí presentamos una selección de los textos hallados : relatos de viajeros, documentos y producciones locales, escritos en tres siglos. Algunos se publican por primera vez en castellano. La intención fue hacerlos accesibles, que sirvan para valorizar la rica historia local, comprender cuántas esperanzas y sufrimientos encierra, y ubicarse en su devenir, que no ha concluido.

2003 Mandarín en Macondo.

Graciela Cros, sobre El Mandarín de Maquinchao

Graciela Cros, es nativa de Carlos Casares , provincia de Buenos Aires. Nació en 1945 y se radicó en Bariloche en 1971. Es autora premiada de varios libros de poesía, antologías y una novela, Muere más tarde. Ha sido invitada a leer sus obras en festivales internacionales de poesía dentro y fuera del país. Colabora también con medios periodísticos, de donde extraemos esta reseña de una obra representada en Bariloche.

Es la noche del domingo 17 de agosto en Bariloche. Estoy sentada en la penúltima fila de una sala absolutamente colmada de público. No soy una mujer alta (lejos de ello), en consecuencia pueden imaginar por dónde va mi estado de ánimo. Pienso, no voy a ver nada. Y bueno, escucharé, me consuelo.


Es la segunda función de este fin de semana.
Quise venir a la primera pero cuando fui a sacar las entradas ya no quedaban localidades. Anoto: gran poder de convocatoria. Estoy a unos metros del Centro Cívico y en la calle el viento arma escándalo. Debería aclarar: no es un teatro, digo, la sala no es un teatro. Es la sala de congresos y conferencias de un hotel. Por qué venimos a ver una comedia musical a un establecimiento hotelero y no a un teatro es harina de otro costal y los teatreros y amantes del oficio lo debaten desde que tengo memoria. Yo no quiero meterme con ese tema porque eso me amargaría y me siento entusiasta y estimulada para escribir estas líneas. Es que están poniendo en escena una comedia musical y no hablamos de Broadway, no hay lentejuelas ni gángsters ni tap. Hablamos de un Maquinchao mítico y atemporal, un Macondo, si se quiere, de la Línea Sur. ¡Music Hall en Bariloche!


En El Mandarí­n de Maquinchao, comedia musical en 5 actos, las cosas funcionan y de maravilla. Hay más de 30 personas yendo y viniendo por el escenario. Son los integrantes del Coral Melipal que dirige Rodrigo Dalziel. Lejos de chocar, tropezar o superponerse, cada movimiento, cada paso, cada gesto se articula y armoniza con el de los otros y a los pocos minutos de iniciado el espectáculo brilla. La platea también, de gusto. La magia del teatro, ese lugar común, funciona y me olvido de la penúltima fila donde mis premoniciones hacen agua. El Mandarí­n de Maquinchao me seduce y encanta. Es un placer ver y escuchar a estos cantantes-actores-bailarines-coreutas narrando una historia en la que realismo mágico patagónico (por inventar una etiqueta ya inventada) y reflexión social se dan la mano. Los actores-cantantes-coreutas-bailarines se mueven con soltura y gracia y sus canciones y parlamentos desatan oleadas de risas y aplausos. El juego escénico se organiza con fresca espontaneidad como en la “Tarantela para Rebeca” o en el “Chamamé de Recaredo”, dos de las 16 logradas canciones de la obra.


No es menor el aporte de la deliciosa música del cuarteto Petit Ensemble (Kyoko Kurokawa en viola, Diego Dí­az en cello, Andrea Pulgar y Julia Bolonci en primero y segundo violín respectivamente) así­ con sus músicos invitados: Robin Wesley en oboe y Nelson Aburto en contrabajo. Desde sus partituras introducen climas, sugieren atmósferas, rubrican cierres, o disponen cambios. Suenan muy bien esos aires de rancheras y polquitas en la vibrante tensión de las cuerdas o la conversada textura del oboe. Y el libreto abunda en personajes y peripecias: desde un relator que guitarra en mano va presentando la historia, a un majestuoso emperador chino; desde un capataz picaflor y experto en sapucays a una psicóloga y antropóloga en visita académica; desde una machi sensata y generosa a la hora de dar consejos a un yanqui con dólares dispuesto a comprar tierra; desde un intendente oportunista a una arquetí­pica profesora del colegio comercial nocturno; desde una hermosa joven por quien suspira el “mandarín” (el chico de los mandados) al dueño del almacén de ramos generales “La Gran Vía”; desde muchachas que bailan una coreografí­a pop a una manifestación piquetera con bombo y todo. No falta nada. Es un fresco costumbrista con pinceladas de crí­tica social y fresco humor sabiamente combinadas. Faltan, sí­, por suerte, la solemnidad y el acartonamiento.


Rodrigo Dalziel, autor del libro y la música, padre de la idea, ratifica con esta obra su talentosa, extensa trayectoria; para hacerlo se vale de la alegrí­a del juego y el simple, buen sentido de la sabidurí­a popular. Nos cuenta y canta un cuento con mirada amorosa y divertida. A la par, y en la dirección escénica, -tarea compleja cuando se trata de casi 40 personas-, otro infatigable hombre del teatro local, Adrián Beato, que en El Mandarín demuestra con holgura su aquilatado oficio. Hugo Grandi en el maquillaje, vestuario y escenografí­a acierta en la composición visual de personajes y ambiente. Dan ganas de nombrarlos a todos pero... ¡son tantos! Van felicitaciones y agradecimiento por la hermosa oportunidad de verlos que nos brindaron. Vuelvan pronto. Salgan de gira. Disfruten del Éxito. El Mandarí­n de Maquinchao lo merece. Han hecho un gran espectáculo. Aplausos.

Breve resumen


Aniceto Lincalqueo trabaja, hace siete años, de mandarí­n (muchacho de los mandados) en el almacén de ramos generales "La Gran Ví­a" de Maquinchao, propiedad de Don Elí­as Alfajur. Está desesperadamente enamorado de la Zoila, hija de la casera de la estancia que posee Don Elí­as en la zona. Pero la Zoila no tiene en cuenta para nada al mandarí­n del almacén porque anda noviando con el capataz de la estancia: Recaredo Papamiche.



Convencido de que debe progresar en la vida para atraer la atención de la Zoila, Aniceto se inscribe en la Escuela Comercial Nocturna del pueblo, donde van muchos parroquianos en procura de un título de perito mercantil. Sin embargo su pasaje por ese establecimiento es efí­mero porque una psicóloga recién llegada al poblado para hacer un estudio sociológico, decide exclui­rlo de la carrera, en base a un test de idoneidad que le ha encomendado la dirección del establecimiento.



La escasas perspectivas de ascender en su trabajo y la poca atención que le dispensa la Zoila y ahora esta nueva derrota académica sumen al pobre Aniceto en una depresión abismal. De pronto se le aparece un personaje exótico que dice ser el Emperador chino Huan U Luan de la III Dinastía. Para ilustrar la relatividad de las cosas le comenta que en la China el puesto de mandarí­n es uno de los más altos a que puede aspirar un mortal, y lo invita a salir de su desánimo y a encarar las cosas con más confianza en sí­ mismo.



Sin embargo Aniceto sigue dudando de su capacidad y requiere de unos cuantos sucesos inesperados y una segunda visita del Emperador para animarse a dar el paso que hace falta para cambiar su suerte.



La profesora de contabilidad Rebeca Regules, un estrafalario inversor yanqui, Skipper Stixon, interesado en comprar la estancia de Don Elí­as, la machi Doña Hortensia y el Intendente de Maquinchao, completan la galerí­a de personajes que interactúan en esta sencilla historia que se desarrolla en un Maquinchao mí­tico y atemporal.

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