En los años ´80 y los ´90, cuando vivía en Maquinchao, busqué referencias que me ayudaran a entender la historia del lugar. Las publicaciones a las que tenía acceso en la biblioteca local traían información escasísima, que poco ampliaban las anotaciones que había dejado el director de la escuela, Merlo Rojas, en los años treinta. Años más tarde inicié un recorrido por otras bibliotecas, universidades y archivos y encontré, no sin sorpresa, que existía una cantidad de documentos, relatos de exploradores y artículos periodísticos que hablaban del lugar.

Para ser una localidad aislada en una de las zonas más inhóspitas de la Patagonia, Maquinchao tiene una rica representación en la literatura. Aquí presentamos una selección de los textos hallados : relatos de viajeros, documentos y producciones locales, escritos en tres siglos. Algunos se publican por primera vez en castellano. La intención fue hacerlos accesibles, que sirvan para valorizar la rica historia local, comprender cuántas esperanzas y sufrimientos encierra, y ubicarse en su devenir, que no ha concluido.

Maquinchao en tres siglos



Siglo XIX
Por cientos de años Maquinchao fue simplemente Maquinchao, un amplio valle que proveía agua, caza y leña, donde las tribus pasaban largos meses, especialmente en invierno.
En el siglo XIX, Maquinchao, en territorio libre indígena, era un lugar de importancia para la economía y la cultura de los pueblos originarios.
Debido a la desarticulación de la memoria ocurrida con la conquista militar de la región por el Estado argentino, es poco lo que sabemos de la vida temprana en ese lugar, y para reconstruirla debemos apelar a las observaciones de extraños. 
Podemos pensar que en Carmen de Patagones se habría escuchado el nombre desde que comenzaron los intercambios con las tribus. Sabemos que hacia 1830 vivía en Maquinchao la tribu del cacique Cheukewal. Su hijo Cheukefilo "se crió en Maquinchao" en ese tiempo, según expresión de Katrilaf[1]. También está la afirmación del Ing. Pronsato de que tropas enviadas por Rosas en 1833 batieron el lugar en búsqueda del Cacique Cayupán[2]. A partir de mediados de siglo las noticias se hacen más nutridas.
Por los viajeros y exploradores sabemos que en Maquinchao vivían buena parte del año las tribus de Francisco, Antonio, Kual, Chagallo, Pichalao, entre otros[3], y que circulaban por allí Chiquichano, Foyel, Inacayal, Casimiro, Orkeke, Sayhueque...
A comienzo de los 1880 los eventos se precipitaron... se expulsó a las tribus indígenas y las tierras se entregaron a una compañía extranjera. Todo eso queda reflejado en los textos que siguen, algunos de los cuales se publican por primera vez en Argentina.

El naturalista suizo Georges Claraz fue el primero que, al recorrer la región en 1865, avizoró el valle y recogió valiosa información acerca del nombre (“lugar de invernada”, en lengua gününakenk), los minerales, la flora y la fauna del lugar, y los usos que de ellos hacían los aborígenes. Todo lo volcó en un Diario de prosa límpida. Señaló, además, que en esas tierras se ubicaba la tribu del cacique Chagallo.
George Chaworth Musters, marino y explorador inglés, recorrió la Patagonia de sur a norte entre 1869 y 1870 asimilado a una partida de tehuelches, en una hazaña singular que le valió el mote de Marco Polo de la Patagonia. En su libro Vida entre los Patagones describe a Maquinchao y narra la travesía hasta llegar allí, que por ciertas circunstancias le resultó “la faz más miserable de la vida en el desierto”.
Al Perito Francisco P. Moreno la fama de los campos de Maquinchao lo había alcanzado ya en su viaje por el Chubut en 1875, pero tuvo que esperar hasta 1879 antes de conocerlos en compañía de su guía e intérprete, el mestizo Hernández, quien sin saberlo estaba haciendo su último viaje[4].
No menor es el entusiasmo que reveló un joven teniente, Oliveros Escola, a cargo del Diario de Campaña de la III Brigada al mando del coronel Liborio Bernal en su expedición punitiva de 1881 en búsqueda del cacique Sayhueque, que se sabía albergado en esos parajes. La misión del ejército era correr a los indígenas de Maquinchao.
En 1892 acampan en Maquinchao el doctor François Machon y el naturalista Santiago Roth, justo en el momento en que los ingleses han iniciado la ocupación efectiva del valle. Machon publica al año siguiente el diario de su viaje, En Patagonie, que nos brinda una instantánea de los personajes que se movían en ese momento fundacional de la Maquinchao inglesa.
Por último, otro viajero que no pudo dejar de anotar las dificultades que debió arrostrar para llegar a Maquinchao: el conocido aventurero y aeronavegante francés Conde H. de la Vaulx visitó la Estancia en 1896, y contó las incidencias en su Voyage en Patagonie, publicado en Paris en 1901.
Siglo XX

En Maquinchao, en el siglo XX, a los toldos y la estancia se suman un ferrocarril y el pueblo, que adoptará el nombre dado al lugar por los indígenas. La mayor parte de la historia documentada de la localidad tuvo lugar en este siglo.

En 1903 Clemente Onelli, en Trepando los Andes, hizo un llamamiento a los accionistas de la Argentine Southern Land Company (ASLCo) en pro del buen uso de las tierras de la Compañía en Maquinchao, trayendo a comparación la labor de los ingleses en la India.
Algunos años más tarde, la construcción del Ferrocarril Patagónico (1908-1913) desde San Antonio hasta Maquinchao y los contemporáneos trabajos de la Comisión de Estudios Hidrológicos nuevamente dan lugar a Diarios que describen las vicisitudes de la empresa. Recientemente se publicó el de Leonhard Ardüser, Un suizo en la Patagonia, y son suficientemente conocidos El Norte de la Patagonia y Un yanqui en la Patagonia, de Bailey Willis, fruto de sus experiencias en la región. Jesse May Dunlop, esposa del gerente de la estancia por aquellos años, escribió unas memorias que están inéditas . Poco después llegó a la zona una joven y ávida observadora…
En cuanto a la producción local, en los años 30, erizados de dificultades, las inquietudes de algunos jóvenes maquinchenses se canalizan en la publicación de Anhelos (1937), precedida de un pequeño periódico llamado El Garrote, que redactaba Luís Martínez, anarquista y defensor de los indígenas desde Rucu Luan. Martínez escribía el periódico a mano, luego los enviaba a Carmen de Patagones a imprimir para luego repartirlo en la zona. Grupos de teatro locales, representaban, allí y en las localidades vecinas, obras como La rebelión de los pobres (1948). En 1933 el director Agustín Merlo Rojas inició las prolijas anotaciones en el Libro Histórico de la escuela primaria, que constituyeron hasta nuestros días una fuente casi única de información. 
Volviendo a los visitantes, en los años 60 Demetrio Fernández recuerdó su paso por el pueblo en La Escuela Patagónica, memorias de un maestro, y las obras de Julián Ripa inevitablemente traen referencias a Maquinchao. 
Médicos y libros.
Un jalón lo constituye la publicación en 1963 del libro de Ernesto Serigós El “médico nuevo” en la aldea, con prólogo de Jorge Luis Borges. En él, Serigós dedica un capítulo a las peripecias que pasa en Maquinchao hacia fines de los años 20 como médico obligado a realizar operaciones en condiciones adversas, las conversaciones con estancieros y paisanos y las situaciones que creaban los extremos meteorológicos, como un tren largamente esperado que no podía detenerse por temor a que se helara la grasa de las ruedas. Porcel de Peralta, en Biografía del Nahuel Huapi, pone a Maquinchao como ámbito donde se produjeron algunas intervenciones del doctor belga Veerertbrughen, quien, desde 1907 y hasta la llegada de Serigós, fue el primer y único médico de una amplia región, con sede en Bariloche.
En 1964, se publicó en Londres The Sand, the Wind and the Sierras, un testimonio único de la vida en las estancias de la zona entre 1916 y 1922 rescatado por la memoria de Mollie Robertson, quien vivió allí entre los 8 y 15 años de edad. Su padre, empleado por la estancia Maquinchao, luego fue encargado en Talcahuala y Huanuluan. Mollie describe las casas, su familia, los trabajadores tehuelches y chilenos, los singulares ingleses y la vida y las labores en una prosa encomendable. Este libro, que trae irónicos relatos de personajes que pasaron por la Estancia, todavía no fue publicado en castellano. En Inglaterra mereció la radiodifusión por el canal 4 de la BBC en 1971.
En los años setenta Rodolfo Casamiquela recogió los Relatos policiales patagónicos del Sargento Tello, con los casos y las anécdotas de este policía que sirvió en Maquinchao entre 1928 y 1932, una época de bandoleros sanguinarios.
El escritor jacobaccino Elías Chucair ha anotado innumerables semblanzas y relatos de la vida en su localidad; muchos también referidos a Maquinchao, que comenzó a publicar en los años ochenta, en La inglesa bandolera y otros relatos patagónicos (1985), Anécdotas de un rincón patagónico (2003), Dejaron Impronta (2004), Quetrequile, el pueblo que fue (2005), y otros.
En esa misma época, del retorno a la democracia, en que se produjo una reactivación cultural en la Provincia de Río Negro, varios escritores regionales residieron o visitaron Maquinchao. Entre los primeros, Juan Matamala, ahora afincado en El Bolsón, es autor de varias recopilaciones de relatos. Desde Maquinchao publicaba un periódico, La Voz del Sur.
Matamala escribió que Maquinchao es como la Luvina de Juan Rulfo, “uno de esos pueblos tristes, enigmáticos, grises… No es un lugar para quedarse… Es la pura soledad”. Sin embargo, como Darwin mismo reconocía, la fascinación del desierto parece mayor que la de zonas fértiles. “Muchas veces me he despertado sintiendo ese frío intenso de las heladas, pero al lado, al costado del recuerdo emergen las brasas calientes de la gente”.
Con el retorno a la democracia, Marina Gerhold inició a una juventud ávida a la lectura y la escritura. De su siembra salieron jóvenes poetas locales como Gladys Busnadiego y Néstor Fabián Morales.
Silvia Montoto de Lazzeri, nacida en Maquinchao y residente en Las Grutas, afiliada desde hace muchos años a la Sociedad Argentina de Escritores y miembro de las Sociedad de Escritores Patagónicos, publicó varios libros de poemas, Luna, retamas y sueños, y Otro gallo cantaría y otros cuentos, publicado en 2004, que incluye relatos inspirados en situaciones que vivió en su infancia y adolescencia en Maquinchao. Varias de sus obras obtuvieron premios a nivel nacional y regional.
Entre quienes pasaron, Jorge Arabito que escribió:

“Quedé muy loco con la gente de la línea/ fueron dos semanas sin parar
de hablar, de exponer sueños, conquistas, luchas/ caminos compartidos
de amar el silencio, las palabras/ cierta noción de libertad”
Jorge Castañeda, de Valcheta, habló de “El Caín, Maquinchao, Yamnago, Arcadia perdida de los genaken”, en referencia a Los Jardines de Andrómeda de Gustavo Villagrán. Pasaron Guillermo Rodríguez y Blanca Negri (Viedma), Enrique Socas (Mendoza), entre otros, y cada uno dejó su arte y se llevó la inspiración del desierto.
En 1993 Oscar Nápoli publicó un libro de memorias: Allá Lejos (20 años en Maquinchao). Nápoli ejerció como médico rural en Maquinchao desde 1950 hasta 1970. Además de las esperables anécdotas sanitarias, el relato, donde aparecen las debilidades y grandezas de la gente de pueblo en una zona alejada, adquiere tonos de militancia política, en una época en que se sale del autoritarismo para caer en la dictadura. El Dr. Nápoli, dos veces senador por Río Negro, participó de organismos de derechos humanos. Los años noventa vieron algunas iniciativas de periodismo local.
Completó la cruel década final del siglo, en la que el egoísmo rampante de la sociedad menemista amenazaba aun las costas lejanas del ecumene, la publicación de la prolija investigación de Oscar Vapñarsky, Tres Pueblos de la meseta patagónica, que incluye el estudio más comprehensivo de Maquinchao hasta la fecha.
En parte por el posmodernismo, pero también por otras razones, a fines del siglo se vuelve a prestar un oído a lo que los pueblos originarios tienen para decirnos. Su voz estuvo prácticamente silenciada hasta mediados de los ochenta, en que las lenguas originales empezaron a escucharse de nuevo en público. Sólo que en Maquinchao, y basta leer un registro de clase para darse cuenta, el elemento indígena es mayoritario. De la continuidad y el reverdecer de su cultura nos habla el texto de María Lidia Pichilef.
No hubo un Chucair, pero la memoria se recogió de múltiples maneras, como en las intervenciones de Luis Cayuqueo y los testimonios orales de hablantes mapuches que presenta Marisa Malvestitti en Kiñe Rakizuan.
Siglo XXI
Llega el siglo XXI. Pese a las expectativas, siguen los mismos problemas: las tierras, el precio de la lana, el frío. Pero ahora se suman la amenaza de la minería y el pobre funcionamiento de la red de gas. Ambas llevan a la movilización del pueblo. También hubo momentos de esperanza, como el trabajo de los estudiantes en el predio de la Sociedad Rural, una nueva escuela, varios jóvenes que se reciben de médicos… 
En el plano literario, Maquinchao sirve para instalar una fábula sobre la venta de tierras en Patagonia en la comedia musical de Rodrigo Dalziel, El Mandarín de Maquinchao, que se presentó en Bariloche en 2003. En ella se pone en escena una galería de personajes típicos que “interactúan en esta sencilla historia que se desarrolla en un Maquinchao mítico y atemporal, un Macondo de la Línea Sur”.
En contraposición con la Patagonia mítica que hace soñar a los europeos, la Maquinchao de la globalización se halla instalada en el imaginario colectivo como lugar remoto e inhóspito por excelencia: “la capital del frío”. María Sonia Cristoff la elige junto con otro puñado de pueblos para un proyecto de escritura que gana un concurso de la editorial Seix Barral: Falsa Calma, un recorrido por los pueblos fantasmas de la Patagonia, publicada en 2005. Cristoff arma un capítulo en torno a sus encuentros en el pueblo y reflexiona sobre algunas historias de antropofagia. Ese mismo año, en coincidencia con el centenario de la atribuída “fundación” del pueblo, se presenta una novela breve, Más allá de las piedras, de Evangelina Pérez, en su debut como escritora. El argumento es la búsqueda de la identidad, y más allá de basarse en algunos tópicos de la “historia oficial” local, o precisamente por eso, da testimonio de la dificultad de los maquinchenses de identificarse como ciudadanos de la Línea Sur: son objeto de interés literario pero mantienen el agudo sentimiento de estar dejados de la mano de Dios.
En los últimos años han aparecido varios libros que se suman a la literatura de tema maquinchense. En la Feria del Libro de Buenos Aires en 2007 el Fondo Editorial Rionegrino hizo accesibles Así vienen los barcos, así los cardos rusos, de Guillermo Rodríguez, un cuento largo o nouvelle deudora del realismo mágico que, como un colmo de los viajeros, gira en torno a la llegada de un barco a Maquinchao. Ese Ajeno Sur, de Ramón Minieri, indaga acerca de la formación de la ASLCo., que protagonizó la ocupación definitiva de las mejores tierras de Maquinchao. E. Chucair publicó Breves historias de mi pago, donde narra algunos hechos sucedidos en la zona, uno de los cuales hemos incluido aquí. Por último, Maquinchao hilvanando recuerdos, de Galo Martínez, recrea el perfil de muchos personajes de los años treinta y cuarenta en el pueblo, y agrega algunos datos extraídos de Maquinchao en Tres Siglos, una compilación de información histórica que armamos con Luis Cayuqueo para entregar en bibliotecas y escuelas. 

Desierto, tierra prometida y birlada, ovejas, nieve, bandoleros, Luvina, Macondo: los tópicos no pueden faltar en ningún relato con Maquinchao. Pero lo que cambia es el lenguaje: ya se escribe en SMS, no se escriben cartas, se ha abierto un cyber-café, se escanean las viejas fotos, gente de Maquinchao, la que puede, se comunica al instante con el mundo, nos hacen saber de su disgusto con los planes de la minería contaminante... Y, algunos, se inician en los blogs, esa moderna botella al mar.

Post-scriptum:
El jueves 7 DE MARZO DE 2013 se formó el Círculo de Escritores Makinchewa, en la localidad de Maquinchao, en la Línea Sur. Se presentó además, el libro Palabras que Trajo el Viento. Entre las inquietudes de los entusiastas escritores locales está presente la trascendencia de honrar, y contar en muchos de los casos sus historias, cuentos y verdades de nuestra literatura, rescatando y resaltando para ello su identidad.


[1] Marisa Malvestitti : Waizüfche ñi ngütram. Vidas y relatos de los mapuche-tehuelche de la Patagonia en la época del aukan. Universidad Nacional de La Pampa, 2006. Testimonio de próxima edición.
[2] Domingo Pronsato: El desafío de la Patagonia, 1969, págs 95-96.
[3] Julio Vezub: “Lenguas, territorialidad y etnicidad en la correspondencia de Valentín Saygüeque hacia 1880”. Intersecciones en Antropología 7. UNCPBA: Facultad de Ciencias Sociales, 2006.
[4] Este singular personaje no escapó a la reconstrucción novelada de la vida del Perito por Pedro Orgambide, Un caballero en las tierras del Sur, donde también aparece una anécdota del Perito vinculada con Maquinchao.

1865: Avistamiento de Maquinchao


Georges Claraz, fue un naturalista suizo, nacido en 1832 y fallecido el 6 de setiembre de 1930.Tras viajar a Brasil a pedido de un profesor y amigo, Heusser, llegó a Argentina en 1859, donde se estableció en Entre Ríos. A partir de 1861 exploró Buenos Aires, La Pampa y el norte de la Patagonia. Compró tierras cerca de Bahía Blanca, luego cerca de Carmen de Patagones, en Rincón del Paso Falso y China Muerta. En el verano de 1865-1866 fue uno de los primeros en explorar científicamente la zona entre el río Negro y el río Chubut, que era un territorio indígena libre. Se hizo acompañar, gracias a la amistad con varios caciques, por guías nativos de distintos pueblos, el mestizo Hernández y Manzana. Las anotaciones de su viaje, publicadas 120 años más tarde, son un importantísimo documento para comprender las costumbres de las tribus con las que estuvo en contacto, además de precisas descripciones de sus paraderos y de la flora y fauna de la región.

Cuando no viajaba, Claraz se ocupaba de sus ovejas, vacas y caballos. Aunque poseía bastante ganado, vivía modestamente a la manera de los gauchos en una casita de adobe y dedicaba su tiempo a pasar en limpio sus notas. En 1870 encontrándose en Bahía Blanca asistió al malón de Calfucurá, en represalia por un ataque del Ejército a toldos indígenas.

En 1882 volvió a Suiza, dónde residió hasta su fallecimiento a los 98 años. En 1932 el gobierno suizo donó a la Argentina algunas piezas arqueológicas y los dos cuadernos de notas de Claraz, publicados 66 años después.

Claraz pasó dos veces cerca de Maquinchao y en su diario registra una cantidad de datos que sus acompañantes le contaron acerca del lugar. Los pasajes que reproducimos, correspondientes a los días 4 al 6 de diciembre de 1865, lo encuentran junto a la tribu de Antonio, que vivía en las inmediaciones de Maquinchao.


Lunes, 4 […] Regresamos. Hernández había matado una guanaca. Sacaron el nonato del vientre; yo me quedé con la cabeza y el pecho, y los demás con los huesos de las patas. Corté un pedazo de piel para mis zapatos. Cuando volvimos, Antonio me mandó una gorda porción de pecho. Más tarde, porque caían aguaceros y soplaba un viento terrible, mandó a su esclava Yerschgai para que nos levantara una pared de toldo. Comimos puchero, y nos dormimos pronto.

Martes, 5: La noche había sido bárbaramente fría; hielo en las ollas. El viento había cambiado y tuvimos que orientar nuestro biombo más hacia el sudoeste, de donde venía el viento. El pampero había limpiado la atmósfera, pero el viento siguió frío y fuerte. Tarde, entre 10 y 11, los indios salieron a cazar detrás del Tschaptschoa (Cerro Espina). Yo traté de escalar esta montaña. La falda oriental es muy escarpada. No obstante, subí por este lado. Me faltaba poco para alcanzar la cumbre. Tendría que haber dado un rodeo alrededor de toda la montaña para poder seguir más arriba. El viento era demasiado fuerte. Con un poncho no se puede subir a ninguna montaña.

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Hacia el norte se veía Makintschau y a lo lejos, hacia el oeste o sudoeste, las montañas o cerros nevados que ya habíamos visto (nieve yacente, Yahaugep-taunenn). A la distancia, en dirección noroeste, se divisaba, aunque borrosa, la cadena de los Andes.

Antonio dijo que desde aquí hay solamente cuatro jornadas, o siete con los toldos, hasta Las Vacas, es decir, al sur del Nahuel Huapi.

Me apeé; no encontré ningún helecho. Mi caballo, que había roto el cabestro, desapareció.

Manzana había boleado un avestruz y comimos un delicioso chaschka*. Luego puchero, té y café, y dormimos bien. El viento, sin embargo, se filtraba a través de todas las frazadas y hasta los indios sintieron frío a pesar de sus quillangos. Hicieron un fuego durante la noche para calentarse los pies.

Miércoles, 6: El día se presentó un poco mejor que el anterior. Los indios bolearon cerca de la laguna por la cual habíamos pasado. Manzana cazó un guanaco joven. Volví temprano y todas las damas vinieron a visitarme, pidiendo bebidas, yerba y tabaco. Les di a todas un poco de tabaco. Me enseñaron algunas palabras. Regalé a la joven hija del cacique algunas cuentas de vidrio. Cuando el cacique y Hernández aparecieron en la altura, se despidieron las ocho o nueve damas. Una de las del cacique hablaba bien español, pero con el mismo acento que hablan el castellano los ingleses.

En total me visitaron todas las mujeres de la toldería, menos dos muy viejas.

Esta tribu se compone de ocho toldos. En medio está la del cacique; Antonio es el más grande y lleva una lanza. El cacique tiene dos mujeres, dos hijas, una esclava y un hijo pequeño. A la derecha está el toldo de la madre del cacique (…) A la izquierda del cacique vive su cuñado con un tehuelche joven; ambos son solteros. Los solteros son raros entre los indios, pues una mujer les es necesaria. Los solteros tienen que armar su toldo, cocinar, buscar agua y leña, etc. Por eso dicen que no sirve que un hombre esté solo.

Visité a Antonio, que me agasajó con un asado de charqui gordo. Tenía muy buen gusto. Hablé con él sobre varios temas. Preguntó, como todos los indios, por Rosas, y me dijo que quería mandar una carta al Chubat. Primero había encargado a Hernández que hablara por él; pero Manzana y todos los otros indios opinaban que debía escribirse. Me mostraron cómo frotan las pieles –cuando ya están secas- con cuarzos agudos para ablandarlas y suavizarlas. Las mujeres estaban entregadas a la tarea de cargar las pieles de dos guanacos chicos. Mañana seguiremos viaje.



* “En araucano, picana de avestruz asada con piedras” (Georges Claraz)

1870: Fechado en Margensho


De George Chaworth Musters, Vida entre los Patagones

George Chaworth Musters nació en Nápoles, de padres ingleses, en 1841. Aristócrata y marino, tras intentar la cría de ovejas en Uruguay, viajó en 1869 a las islas Malvinas, desde donde decidió realizar un recorrido por la Patagonia inexplorada. Unido a una partida de tehuelches atravesó la Patagonia de Sur a Norte, desde Santa Cruz a la actual Línea Sur de Río Negro: El 9 de mayo alcanzaron Maquinchao y desde allí partió Musters en carácter de chasque hacia Patagones dónde llegó el 26.

La travesía había durado poco más de un año a lo largo de 2.750 kilómetros. El relato fue publicado en su libro “Vida entre los Patagones”, editado en Londres en 1871. Se sabe que regresó a Chile en 1873 intentando una segunda travesía desde Valdivia a Buenos Aires, pero no alcanzó a concretarla. Contrajo matrimonio con una boliviana, cuando regresó de Inglaterra, y viajó a Bolivia con su esposa para vivir allí hasta 1876, recorriendo varias regiones. Dos años más tarde fue nombrado cónsul en Mozambique, pero cuando se disponía a partir hacia ese nuevo destino, le sobrevino la muerte en forma repentina el 25 de enero de 1879. Tenía, en ese entonces, 38 años de edad.


Van camino a Maquinchao. Los alcanza un chasque que cuenta que Jackechan (Chiquichano) y Tenóforo habían partido para Valcheta, en camino a Patagones, después de haber esperado por más de un mes nuestra llegada a Margensho (Maquinchao), lugar fijado para el encuentro. Durante su estancia allá habían recibido de Patagones aguardiente y otras regalías, pero no se habían producido disturbios.

Las noticias de Patagones eran que todo estaba tranquilo, aunque corría el rumor que el comandante Murga iba a renunciar a la gobernación. Al recibir todas esas noticias, Casimiro quiso dictar inmediatamente un despacho, aunque Musters le observó que sería mejor esperar a que llegaran a un punto más cercano: pero el hombre tenía tanta prisa que a la mañana siguiente escribí una carta detallada, explicando la unión de las tribus, así como las precauciones tomadas para proteger a Patagones, y pidiendo cien yeguas, para Casimiro y su gente. Una vez concluida, esa carta fue cuidadosamente envuelta y guardada en mi equipaje hasta que se la necesitara.

Como era natural, la conversación giró luego sobre la elección de los mensajeros que iban a enviarse a Patagones cuando llegáramos a Margensho.

Musters insiste en ir. Finalmente se dispuso que, al llegar a Maquinchao, Meña, Nacho y él emprendieran viaje como chasques.

Partimos el 9 de mayo, llegando la misma tarde a Margensho, que, tal como me lo habían descrito ya los indios, era un vasto llano herboso situado al pie de una grada o barranco, y regado por un arroyuelo que corría de noreste a sudoeste. Durante la cacería en los llanos ya descritos, no se observó nada digno de nota fuera de la escasez extrema de la caza, pues sólo los zorrinos abundaban; afortunadamente maté un guanaco macho, y como la víspera había aplicado un correctivo a mi paje, éste trajo los caballos muy cuidadosamente, por lo que todo estuvo pronto para que saliéramos temprano. Antes de ponerse el sol, se reunieron los jefes y se les leyó el contenido de la carta; todos parecieron satisfechos, y después de agregarle una posdata con los nombres y el número de jefes que pedían raciones, cerré la correspondencia.

Hinchel vino a proveerme de tabaco, pidiéndome como un favor que, si alguno de sus amigos en la colonia llegaba a preguntar si él se embriagaba cuando se le ofrecía la oportunidad en las pampas, atestiguara yo de su sobriedad; también me suplicó que volviera al encuentro de los indios o que me quedara en Patagones hasta que él llegase, y le prometí esto último.

A riesgo de incurrir en una repetición hay que decir que este hombre era el mejor tehuelche que he tratado, excepto Waki tal vez ; era franco, honrado, generoso, sobrio y apto en todo sentido para el cargo de cacique; artista rápido y diestro en todos los trabajos indios, desde domar hasta fabricar una montura o un collar de plata, su único vicio era el juego, a no ser por el cual habría sido el jefe más rico y poderoso; y era respetado por todos.

Orkeke me mandó buscar también y puso en mis manos un paquete de tabaco para el viaje, asegurándome que este sería largo, tedioso y peligroso. Prometí pedir particularmente su ración, y hacerle un regalo por mi propia cuenta si el gobierno no se la concedía. Me pidió que volviera, pero le hice presente que por varias razones sería mejor que no hiciera eso, y nos despedimos conviniendo en encontrarnos en Patagones.

Es bueno decir también que, si el cargo de chasque o heraldo como podría denominarse, es honorable, a tal punto que, por regla general, sólo los parientes cercanos de los jefes lo desempeñan, sus deberes son bastante duros. Se considera que el chasque debe andar como el “joven Lonchivar”*, tanto y tan rápidamente, todos los días, como puede aguantar el caballo; no debe desviarse ni hacer alto, ni siquiera para cazar, y a menos que un avestruz u otra pieza se le atraviese en el camino puede tener que quedarse sin cenar después de su jornada de cincuenta o de sesenta millas, en tanto que su cama y sus cobijas son el suelo y la manta. Naturalmente, la resistencia, la sobriedad y una firmeza de propósito segura son dotes esenciales, sobre todo si la distancia que hay que salvar es grande. Nacho se había mostrado siempre un chasque excelente, y era un guía infalible, hasta en medio de la no trillada travesía.

Cuando el chasque se encuentra con otros indios en marcha o acampados, se le recibe ceremoniosamente y se le atiende de una manera honrosa, y es corriente considerar que, en caso de necesidad, se le proveerá de caballos nuevos para cumplir su misión.

A la mañana siguiente, al romper el día, se efectuó otra consulta, y hubo que sacar otra vez la carta, para agregarle otra posdata. Anoté entonces en el librito de apuntes los pedidos urgentes de Casimiro y de otros amigos, que, según lo convenido, debían ser enviados por medio de Meña y Nacho, quedándome yo en la colonia hasta que llegara Casimiro, para ir entonces juntos a Buenos Aires, ya fuera por tierra, vía Bahía Blanca o por vapor.

La despedida.

Como a las 8, cuando la escarcha se había levantado apenas del pasto, tomamos nuestros caballos y partimos después de despedirnos de todos los amigos. Yo llevaba conmigo sólo mis ropas en una bolsa, y las cartas. A cada uno de la partida se le proveyó de un pedazo de carne sacada del guanaco que había muerto yo la víspera por vía de provisiones, y con dos caballos por cabeza, nos pusimos al fin en marcha mientras las viejas cantaban melodiosamente para apartar al diablo de nuestro camino. Mi paje afectó sentir gran pesar por mi partida, pero como quedaba a cargo del resto de mis caballos, y había recibido como legado una manta que yo no podía aprovechar ya en forma alguna, porque la había usado casi sin interrupción desde que salí de Santa Cruz, lo más probable es que el pícaro se deleitara más bien al pensar que me veía por última vez entonces, cuando desaparecíamos detrás de la cresta.

A poco de dejar Maquinchao, los alcanzó otro indio arreando una tropa de caballos.

Procedía del campamento.



* Young Lochinvar, un poema de Walter Scott, escrito en 1808. Relata la historia de un joven cuyo caballo era el más veloz de la zona de frontera de Escocia con Inglaterra, y planeaba usarlo para escapar con su amada . El poema se estudiaba de memoria en las escuelas del Imperio Británico.(M.S.)