El naturalista suizo Georges Claraz fue el primero que, al recorrer la región en 1865, avizoró el valle y recogió valiosa información acerca del nombre (“lugar de invernada”, en lengua gününakenk), los minerales, la flora y la fauna del lugar, y los usos que de ellos hacían los aborígenes. Todo lo volcó en un Diario de prosa límpida. Señaló, además, que en esas tierras se ubicaba la tribu del cacique Chagallo.
pasaron por maquinchao
En los años ´80 y los ´90, cuando vivía en Maquinchao, busqué referencias que me ayudaran a entender la historia del lugar. Las publicaciones a las que tenía acceso en la biblioteca local traían información escasísima, que poco ampliaban las anotaciones que había dejado el director de la escuela, Merlo Rojas, en los años treinta. Años más tarde inicié un recorrido por otras bibliotecas, universidades y archivos y encontré, no sin sorpresa, que existía una cantidad de documentos, relatos de exploradores y artículos periodísticos que hablaban del lugar.
Para ser una localidad aislada en una de las zonas más inhóspitas de la Patagonia, Maquinchao tiene una rica representación en la literatura. Aquí presentamos una selección de los textos hallados : relatos de viajeros, documentos y producciones locales, escritos en tres siglos. Algunos se publican por primera vez en castellano. La intención fue hacerlos accesibles, que sirvan para valorizar la rica historia local, comprender cuántas esperanzas y sufrimientos encierra, y ubicarse en su devenir, que no ha concluido.
Maquinchao en tres siglos
El naturalista suizo Georges Claraz fue el primero que, al recorrer la región en 1865, avizoró el valle y recogió valiosa información acerca del nombre (“lugar de invernada”, en lengua gününakenk), los minerales, la flora y la fauna del lugar, y los usos que de ellos hacían los aborígenes. Todo lo volcó en un Diario de prosa límpida. Señaló, además, que en esas tierras se ubicaba la tribu del cacique Chagallo.
1865: Avistamiento de Maquinchao
Georges Claraz, fue un naturalista suizo, nacido en 1832 y fallecido el 6 de setiembre de 1930.Tras viajar a Brasil a pedido de un profesor y amigo, Heusser, llegó a Argentina en 1859, donde se estableció en Entre Ríos. A partir de 1861 exploró Buenos Aires, La Pampa y el norte de la Patagonia. Compró tierras cerca de Bahía Blanca, luego cerca de Carmen de Patagones, en Rincón del Paso Falso y China Muerta. En el verano de 1865-1866 fue uno de los primeros en explorar científicamente la zona entre el río Negro y el río Chubut, que era un territorio indígena libre. Se hizo acompañar, gracias a la amistad con varios caciques, por guías nativos de distintos pueblos, el mestizo Hernández y Manzana. Las anotaciones de su viaje, publicadas 120 años más tarde, son un importantísimo documento para comprender las costumbres de las tribus con las que estuvo en contacto, además de precisas descripciones de sus paraderos y de la flora y fauna de la región.
Cuando no viajaba, Claraz se ocupaba de sus ovejas, vacas y caballos. Aunque poseía bastante ganado, vivía modestamente a la manera de los gauchos en una casita de adobe y dedicaba su tiempo a pasar en limpio sus notas. En 1870 encontrándose en Bahía Blanca asistió al malón de Calfucurá, en represalia por un ataque del Ejército a toldos indígenas.
En 1882 volvió a Suiza, dónde residió hasta su fallecimiento a los 98 años. En 1932 el gobierno suizo donó a la Argentina algunas piezas arqueológicas y los dos cuadernos de notas de Claraz, publicados 66 años después.
Claraz pasó dos veces cerca de Maquinchao y en su diario registra una cantidad de datos que sus acompañantes le contaron acerca del lugar. Los pasajes que reproducimos, correspondientes a los días 4 al 6 de diciembre de 1865, lo encuentran junto a la tribu de Antonio, que vivía en las inmediaciones de Maquinchao.
Lunes, 4 […] Regresamos. Hernández había matado una guanaca. Sacaron el nonato del vientre; yo me quedé con la cabeza y el pecho, y los demás con los huesos de las patas. Corté un pedazo de piel para mis zapatos. Cuando volvimos, Antonio me mandó una gorda porción de pecho. Más tarde, porque caían aguaceros y soplaba un viento terrible, mandó a su esclava Yerschgai para que nos levantara una pared de toldo. Comimos puchero, y nos dormimos pronto.
Martes, 5: La noche había sido bárbaramente fría; hielo en las ollas. El viento había cambiado y tuvimos que orientar nuestro biombo más hacia el sudoeste, de donde venía el viento. El pampero había limpiado la atmósfera, pero el viento siguió frío y fuerte. Tarde, entre 10 y 11, los indios salieron a cazar detrás del Tschaptschoa (Cerro Espina). Yo traté de escalar esta montaña. La falda oriental es muy escarpada. No obstante, subí por este lado. Me faltaba poco para alcanzar la cumbre. Tendría que haber dado un rodeo alrededor de toda la montaña para poder seguir más arriba. El viento era demasiado fuerte. Con un poncho no se puede subir a ninguna montaña.
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Hacia el norte se veía Makintschau y a lo lejos, hacia el oeste o sudoeste, las montañas o cerros nevados que ya habíamos visto (nieve yacente, Yahaugep-taunenn). A la distancia, en dirección noroeste, se divisaba, aunque borrosa, la cadena de los Andes.
Antonio dijo que desde aquí hay solamente cuatro jornadas, o siete con los toldos, hasta Las Vacas, es decir, al sur del Nahuel Huapi.
Me apeé; no encontré ningún helecho. Mi caballo, que había roto el cabestro, desapareció.
Manzana había boleado un avestruz y comimos un delicioso chaschka*. Luego puchero, té y café, y dormimos bien. El viento, sin embargo, se filtraba a través de todas las frazadas y hasta los indios sintieron frío a pesar de sus quillangos. Hicieron un fuego durante la noche para calentarse los pies.
Miércoles, 6: El día se presentó un poco mejor que el anterior. Los indios bolearon cerca de la laguna por la cual habíamos pasado. Manzana cazó un guanaco joven. Volví temprano y todas las damas vinieron a visitarme, pidiendo bebidas, yerba y tabaco. Les di a todas un poco de tabaco. Me enseñaron algunas palabras. Regalé a la joven hija del cacique algunas cuentas de vidrio. Cuando el cacique y Hernández aparecieron en la altura, se despidieron las ocho o nueve damas. Una de las del cacique hablaba bien español, pero con el mismo acento que hablan el castellano los ingleses.
En total me visitaron todas las mujeres de la toldería, menos dos muy viejas.
Esta tribu se compone de ocho toldos. En medio está la del cacique; Antonio es el más grande y lleva una lanza. El cacique tiene dos mujeres, dos hijas, una esclava y un hijo pequeño. A la derecha está el toldo de la madre del cacique (…) A la izquierda del cacique vive su cuñado con un tehuelche joven; ambos son solteros. Los solteros son raros entre los indios, pues una mujer les es necesaria. Los solteros tienen que armar su toldo, cocinar, buscar agua y leña, etc. Por eso dicen que no sirve que un hombre esté solo.
Visité a Antonio, que me agasajó con un asado de charqui gordo. Tenía muy buen gusto. Hablé con él sobre varios temas. Preguntó, como todos los indios, por Rosas, y me dijo que quería mandar una carta al Chubat. Primero había encargado a Hernández que hablara por él; pero Manzana y todos los otros indios opinaban que debía escribirse. Me mostraron cómo frotan las pieles –cuando ya están secas- con cuarzos agudos para ablandarlas y suavizarlas. Las mujeres estaban entregadas a la tarea de cargar las pieles de dos guanacos chicos. Mañana seguiremos viaje.
1870: Fechado en Margensho
De George Chaworth Musters, Vida entre los Patagones
George Chaworth Musters nació en Nápoles, de padres ingleses, en 1841. Aristócrata y marino, tras intentar la cría de ovejas en Uruguay, viajó en 1869 a las islas Malvinas, desde donde decidió realizar un recorrido por la Patagonia inexplorada. Unido a una partida de tehuelches atravesó la Patagonia de Sur a Norte, desde Santa Cruz a la actual Línea Sur de Río Negro: El 9 de mayo alcanzaron Maquinchao y desde allí partió Musters en carácter de chasque hacia Patagones dónde llegó el 26.

La travesía había durado poco más de un año a lo largo de 2.750 kilómetros. El relato fue publicado en su libro “Vida entre los Patagones”, editado en Londres en 1871. Se sabe que regresó a Chile en 1873 intentando una segunda travesía desde Valdivia a Buenos Aires, pero no alcanzó a concretarla. Contrajo matrimonio con una boliviana, cuando regresó de Inglaterra, y viajó a Bolivia con su esposa para vivir allí hasta 1876, recorriendo varias regiones. Dos años más tarde fue nombrado cónsul en Mozambique, pero cuando se disponía a partir hacia ese nuevo destino, le sobrevino la muerte en forma repentina el 25 de enero de 1879. Tenía, en ese entonces, 38 años de edad.
Van camino a Maquinchao. Los alcanza un chasque que cuenta que Jackechan (Chiquichano) y Tenóforo habían partido para Valcheta, en camino a Patagones, después de haber esperado por más de un mes nuestra llegada a Margensho (Maquinchao), lugar fijado para el encuentro. Durante su estancia allá habían recibido de Patagones aguardiente y otras regalías, pero no se habían producido disturbios.
Las noticias de Patagones eran que todo estaba tranquilo, aunque corría el rumor que el comandante Murga iba a renunciar a la gobernación. Al recibir todas esas noticias, Casimiro quiso dictar inmediatamente un despacho, aunque Musters le observó que sería mejor esperar a que llegaran a un punto más cercano: pero el hombre tenía tanta prisa que a la mañana siguiente escribí una carta detallada, explicando la unión de las tribus, así como las precauciones tomadas para proteger a Patagones, y pidiendo cien yeguas, para Casimiro y su gente. Una vez concluida, esa carta fue cuidadosamente envuelta y guardada en mi equipaje hasta que se la necesitara.
Como era natural, la conversación giró luego sobre la elección de los mensajeros que iban a enviarse a Patagones cuando llegáramos a Margensho.
Musters insiste en ir. Finalmente se dispuso que, al llegar a Maquinchao, Meña, Nacho y él emprendieran viaje como chasques.
Partimos el 9 de mayo, llegando la misma tarde a Margensho, que, tal como me lo habían descrito ya los indios, era un vasto llano herboso situado al pie de una grada o barranco, y regado por un arroyuelo que corría de noreste a sudoeste. Durante la cacería en los llanos ya descritos, no se observó nada digno de nota fuera de la escasez extrema de la caza, pues sólo los zorrinos abundaban; afortunadamente maté un guanaco macho, y como la víspera había aplicado un correctivo a mi paje, éste trajo los caballos muy cuidadosamente, por lo que todo estuvo pronto para que saliéramos temprano. Antes de ponerse el sol, se reunieron los jefes y se les leyó el contenido de la carta; todos parecieron satisfechos, y después de agregarle una posdata con los nombres y el número de jefes que pedían raciones, cerré la correspondencia.
Hinchel vino a proveerme de tabaco, pidiéndome como un favor que, si alguno de sus amigos en la colonia llegaba a preguntar si él se embriagaba cuando se le ofrecía la oportunidad en las pampas, atestiguara yo de su sobriedad; también me suplicó que volviera al encuentro de los indios o que me quedara en Patagones hasta que él llegase, y le prometí esto último.
A riesgo de incurrir en una repetición hay que decir que este hombre era el mejor tehuelche que he tratado, excepto Waki tal vez ; era franco, honrado, generoso, sobrio y apto en todo sentido para el cargo de cacique; artista rápido y diestro en todos los trabajos indios, desde domar hasta fabricar una montura o un collar de plata, su único vicio era el juego, a no ser por el cual habría sido el jefe más rico y poderoso; y era respetado por todos.
Orkeke me mandó buscar también y puso en mis manos un paquete de tabaco para el viaje, asegurándome que este sería largo, tedioso y peligroso. Prometí pedir particularmente su ración, y hacerle un regalo por mi propia cuenta si el gobierno no se la concedía. Me pidió que volviera, pero le hice presente que por varias razones sería mejor que no hiciera eso, y nos despedimos conviniendo en encontrarnos en Patagones.
Es bueno decir también que, si el cargo de chasque o heraldo como podría denominarse, es honorable, a tal punto que, por regla general, sólo los parientes cercanos de los jefes lo desempeñan, sus deberes son bastante duros. Se considera que el chasque debe andar como el “joven Lonchivar”*, tanto y tan rápidamente, todos los días, como puede aguantar el caballo; no debe desviarse ni hacer alto, ni siquiera para cazar, y a menos que un avestruz u otra pieza se le atraviese en el camino puede tener que quedarse sin cenar después de su jornada de cincuenta o de sesenta millas, en tanto que su cama y sus cobijas son el suelo y la manta. Naturalmente, la resistencia, la sobriedad y una firmeza de propósito segura son dotes esenciales, sobre todo si la distancia que hay que salvar es grande. Nacho se había mostrado siempre un chasque excelente, y era un guía infalible, hasta en medio de la no trillada travesía.
Cuando el chasque se encuentra con otros indios en marcha o acampados, se le recibe ceremoniosamente y se le atiende de una manera honrosa, y es corriente considerar que, en caso de necesidad, se le proveerá de caballos nuevos para cumplir su misión.
A la mañana siguiente, al romper el día, se efectuó otra consulta, y hubo que sacar otra vez la carta, para agregarle otra posdata. Anoté entonces en el librito de apuntes los pedidos urgentes de Casimiro y de otros amigos, que, según lo convenido, debían ser enviados por medio de Meña y Nacho, quedándome yo en la colonia hasta que llegara Casimiro, para ir entonces juntos a Buenos Aires, ya fuera por tierra, vía Bahía Blanca o por vapor.
La despedida.
Como a las 8, cuando la escarcha se había levantado apenas del pasto, tomamos nuestros caballos y partimos después de despedirnos de todos los amigos. Yo llevaba conmigo sólo mis ropas en una bolsa, y las cartas. A cada uno de la partida se le proveyó de un pedazo de carne sacada del guanaco que había muerto yo la víspera por vía de provisiones, y con dos caballos por cabeza, nos pusimos al fin en marcha mientras las viejas cantaban melodiosamente para apartar al diablo de nuestro camino. Mi paje afectó sentir gran pesar por mi partida, pero como quedaba a cargo del resto de mis caballos, y había recibido como legado una manta que yo no podía aprovechar ya en forma alguna, porque la había usado casi sin interrupción desde que salí de Santa Cruz, lo más probable es que el pícaro se deleitara más bien al pensar que me veía por última vez entonces, cuando desaparecíamos detrás de la cresta.
A poco de dejar Maquinchao, los alcanzó otro indio arreando una tropa de caballos.
Procedía del campamento.
* Young Lochinvar, un poema de Walter Scott, escrito en 1808. Relata la historia de un joven cuyo caballo era el más veloz de la zona de frontera de Escocia con Inglaterra, y planeaba usarlo para escapar con su amada . El poema se estudiaba de memoria en las escuelas del Imperio Británico.(M.S.)